Deseas escapar, escapar de esa situación tan claustrofóbica que ahoga, te absorbe y no te permite ni abrir los ojos. Deseas despertar de esa horrible pesadilla que estás viviendo, de ese mal sueño que no te deja ni ser tu misma, que hace que solo quieras cerrar los ojos muy fuerte y al levantar las pestañas lentamente te encuentres tumbada de lado con la manta hasta el cuello, de noche, con las persianas cerradas y con el sólo hilo musical de la lluvia cayendo. Ha sido un sueño. Solo deseas poder decir estas palabras. No es así. No estás soñando, no estás delirando, no estás en una especie de éxtasis por el estrés. Solo vives la
Quieres negarlo, estás irritable, no te aguantas ni a ti misma, saltas a la primera de cambio y lloras por cualquier cosa. No puedes ni oír un ¿cómo estás?, porque aún tus orejas no han oído el cómo, tus ojos ya están mojados y es cuando todos te miran. Aquí deseas no existir. Deseas que la mismísima tierra te trague. Ponerte a correr. Coger una moto, cualquiera, aunque no sepas conducirla y huir, ir lejos de todos donde no puedan verte. Huir de ellos. Huir de ti. Huir de la realidad.
Entonces te das cuenta que necesitas aire. Necesitas abrazos de solo tres personas: él, tu madre y la única persona que ha conseguido arrancarte una sonrisa en el día más gris de tu vida. Ahí ves realmente quién está a tu lado en los momentos cruciales. Nadie hace un sprint solo para que no te derrumbes por un malentendido, solo esa persona.
Cada vez demuestra que es la única persona que está a mi lado, para lo que sea, en la que puedo confiar y llorar hasta que mis ojos queden tan secos como el Sáhara y que saque la niña pequeña que llevo dentro.
Solo te quedan dos opciones: quedarte atrás con tus penas y encerrarte en una espiral de confusión, o seguir adelante como él quiere que hagas. Aunque esté a unos kilómetros de mi y tumbado en una cama sé que quiere que esté bien, que cuide de todos los míos y que siga mi vida, porque él pronto volverá.