Hay que ver cómo es la vida. Un momento como otro, risas, juegos y dulces besos.
Música, por favor. Empieza, ¿cuál es? No sé, la encontré. Déjala, me suena mucho; oh, no puede ser...
Una melodía tranquila, una voz aguda: Alanis. Sus sabias palabras se cuelan indiscretas en mi mente y me llevan directamente a un día de hace unos años tumbada encima de la cama con la sola compañía de un viejo casset azul con esa dulce voz llegando a mis orejas y la suya, la de aquél a quién ahora ya sí que no puedo negar que le quiero hasta lo más extremo, pero sí, le he tenido tanta rabia como tanto le quiero.
Ojos cerrados y dejando que el sonido me acariciara la piel al mismo tiempo que un suave olor a incienso se hacía hueco en mi nariz. Esa cálida sensación de sentirme de allí, de que solo esa habitación existía, llena de historias, CDs y papeles desordenados, de palabras llenas de experiencias, de historias llenas de vida.
Transportada y con aire despistado vuelvo al tiempo presente; han bastado unos segundos en la carrera al pasado para impregnar mi cerebro de una sensación que hacía poco ya había sentido con otra canción wind of change.
Qué irónica es la vida. El hombre que más quiero en este mundo me ha redescubierto esa hermosa canción que tanto me recuerda a ese a quién quiero tanto, el que fue mi referente, a quién, a veces y en secreto, he odiado.