miércoles, 8 de agosto de 2012

Adiós, agridulces 16.

Un pez que se muerde la cola, una espiral sin fin, como una caracola. Es algo que nunca nadie podrá explicar; la sensación de envejecer de manera instantánea a la de crecer.
Cómo dijo el sabio: la vida es eso que pasa mientras tú haces otros planes, y no hay nadie que haya podido ni podrá superar la razón que tiene esa máxima. Nos preocupamos demasiado por cosas superficiales: qué pensaran, por qué no me han dicho nada, tengo que ganar ese partido... Cosas que al fin y al cabo, dentro de 2, 5 o 100 años no vamos a recordar, ni siquiera recordaremos el motivo que nos empujó en su momento a actuar de una forma u otra. No recordaremos qué pensábamos cuando teníamos esa edad de la que, en una mesa redonda, llena de gente amiga, a la que quieres, nos pongamos a hablar de nuestras juventudes. Queramos o no, los que estén en esa mesa serán los que sobrevivieron a ataques de nervios, de risa, de lágrimas y de locuras; los que sobrevivieron a un déjame en paz, ahora no quiero o a un ven que te voy a dar un achuchón que te dejaré sin respiración; los que te supieron abrazar para que te sintieras arropada sin tú pedirlo; los que te pidieron muchos favores, pero que con el tiempo te los devolvieron todos o incluso aún no te han devuelto ninguno, pero sabes (algo de dentro de ti te lo grita) que cuando estés en una piscina de olas a punto de ahogarte van a estar ahí para sacarte sana y salva de una asfixia parecida a otras que no implican agua.
Hablo des de la distancia, cómo si en vez de una década y poco más , tuviera 50 años y ya tuviera la vida hecha y ya solo me limitara a adorar la familia, los amigos, el trabajo y todo lo que, de verdad (de la buena) vale en este sendero.
Pero aunque me sé la teoría y sé que algún día podré en práctica todo lo que he dicho, hoy por hoy, reconozco que soy incapaz de conocerme a mí misma y buscar en mí lo que creo que debe valer la pena. Hoy, reconozco que estoy más preocupada por esa visión que tengo de todo un año.. y es que TODO ha cambiado tanto... Llevo más de tres años viendo como el mundo -mi mundo- ya no es él, se ha transformado y se está convirtiendo en un ejercicio de retentiva en el que tienes que controlar las personas, momentos, instantes que van entrando y saliendo de una minúscula casa, sin olvidar ni un momento quién o qué ha salido o si se ha quedado en la entrada, sin querer salir, pero a punto de hacerlo. Recuerdo perfectamente quién había en un principio, quién de ellos decidió marcharse y quién quedarse, aunque con unas condiciones que no son las que me gustaría (mi cabeza es incapaz de asimilar tanto cambio). Recuerdo cada instante, cada baile, cada risa, cada lágrima, cada abrazo vivido a su lado. Sé que a millares de kilómetros reconocería su tacto, su caminar o su voz y sé que ellos igual. Todo ha cambiado sí, pero la vida nos ha enseñado a todos que quién no quiere no olvida, y yo no estoy dispuesta a olvidar nada de ellos, de mis pequeños malvividores.
Del mismo modo que no olvido esos habitantes de mi corazón, no me voy a cortar al decir que hay nuevos compañeros en él y que rápidamente se han asentado en él, se han encontrado cómodos en el sillón de mi tambor. Han entrado tres pequeñas muñequitas que me han curado todas las heridas que me he hecho en todas mis caídas durante el año (sí, ¡un año!), me han puesto una mantita encima en esas horas interminables llenas de palabras resonando en nuestras cabezas y me han abanicado bajo un sol abrasador; han caminado junto a mí en largos pasillos blancos y hemos comido helados y crepes y pizzas sin preocuparnos de las calorías de las que unas vamos sobradas y otras van tan faltadas. Hemos hecho de canciones, NUESTRAS canciones y locuras, muchas locuras en una salsa llena de risas y abrazos, tonterías y alguna que otra lágrima.
En una de estas entradas he encontrado lo mejor que tengo la suerte de tener: la suerte de mi vida. He encontrada a ese ÉL que tanto muestran en las películas y que todas las princesas de mis cuentos de pequeña tenían. He encontrado a mi mejor amigo, a mi hombro en el que llorar y en el qué poner la cabeza cuando tengo sueño; el motivo de mi sonrisa y de mis locuras; el que me lleva a la luna solamente con su voz susurrada a mi oído; con él que pasaría la eternidad, y al que nunca podré terminar de darle las gracias por soportarme hasta cuando ni yo puedo verme.
Entre tanto cambio, los hay de otro tipo... dos (o mejor dicho, tres) velas van consumiéndose lentamente ante mis ojos y mi impotencia. Cada segundo que se come el reloj es una chispa menos en su fuego, es el humo transportado por el viento tan lento, tan impassible.
Hoy al levantarme no he encontrado ningún folio felicitándome, no he encontrado un abrazo camuflador detrás de la puerta ni un beso dulcísimo después de desayunar... Puedo empezar a intentar asumir que las cosas han cambiado y que yo.... yo, he crecido.


[perdón por si la entrada es muy larga... la necesitaba]