Poco a poco, va llegando el día en qué sin querer miras atrás. Miras esos recuerdos camuflados entre lianas de fiestas y árboles de problemas superados. Vislumbras algunas figuras pequeñas, tiernas, dulces, que con su bendita inocencia juegan sin pensar en nada más. Ahí te das cuenta de quiénes son. Son los que aún ahora están a tu lado, sin abandonarte, en todo momento, sin dejar que mires esos árboles gigantes que tanto te han tormentado, sin impedir que te choques con otros pero ayudándote a levantar a cada caída, porque aprenden contigo. Codo con codo, cacahuete a cacahuete como cuando en un punto máxima de locura decides salir a la calle con dos personitas vestidas (según ellas) no muy apropiadamente a coger los frutos secos de entre una marea de gente, como cuando en momentos de locura nos da por saltar en la cama, de gritar, de cantar (o desentonar), de aumentar a cada segundo las ganas de vivir conjuntamente, de vivir respirando el mismo aire que desde pequeñas nos ha hecho subsistir unidas.
Lo imprescindible se basa en pequeños detalles, detalles como unas simples letras escritas a las siete de la mañana por el pequeño hecho de alegrar a alguien. Esos gestos insignificantes pero importantísimos son los que hacen darme cuenta de lo afortunada que soy al tenerlas a mi lado. Nada sería igual si ellas no estuvieran allí para reírse de mí o para decirme: eh, tú alegra esa cara! Las quiero y aún más en el mundo genial de las cosas que ME dicen!
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son el motivo de mi sonrisa* |
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