No sé si queriendo o no, me estás acostumbrando a que oiga tu voz sin asustarme, sin tener miedo a escucharla, a que todo sea tranquilidad sea real, aunque suene cortada y áspera. Tus palabras suenan dulces en mis oídos que durante mucho tiempo las han extrañado, pero al mismo tiempo no las querían ni oír mencionar, ni siquiera querían oír mencionar tu nombre.
En el fondo, tanto mis orejas, como mi cerebro, como mi confuso corazón querían saber de ti. Si estabas bien, qué hacías cada día, si me echabas de menos o si quedaba algún vestigio de lo que un día fuiste y lo que llegaste a ser para mí.
Cada día estás avanzando poco a poco para intentar mejorar las circunstancias fatales que tú mismo un día construiste y que precisamente fueron fruto de tu conducta. La verdad es que cada vez que pienso en ellas, ese tiempo se vuelve una eternidad llena de angustia, como si me estuviera sumiendo en una negra noche, con algún que otro relámpago asomándose.
Esa sospechosa dulzura que desprenden tus palabras hacen que me pierda en ellas, me estoy dejando llevar por y en ellas, aunque me estoy dando cuenta de que debo ser cauta.
El estúpido anhelo que durante tanto tiempo ha albergado mi alma, se está medio cumpliendo, todo sea dicho no de la forma en qué esperaba. Ese estúpido anhelo es el que cada vez que voy a casa me sienta confusa pero en el fondo feliz de saber que puedo abrazarte, sin la misma rabia que tanto me ha consumido, los restos de la cual viven en algún lugar olvidado de mi corazón, perdido contigo y exhausto de idas y venidas.
Quizá el hecho de haber vuelto la vista atrás, más allá de los últimos años, ha hecho que nos demos cuenta de que esa sensación extraña que sentíamos los dos no era más que las ganas de tenernos y sonreírnos al ver que un día esas sonrisas formaban parte de otro mundo, de otra realidad, de la arcadia perdida, de mi paraíso creo que ya perdido también.
Ahora me pregunto si todo este conjunto de sensaciones, emociones, palabras, rincones de confusión y fotos antiguas servirán para algo, para cumplir mi anhelo, de ver que si el tiempo no puede volver atrás nosotros podamos intentar recuperar el tiempo que el propio tiempo nos robó producto de tu estupidez. Estoy dispuesta a ir por el camino que me lleve a ti, pero a ti, el de siempre, al de ese segundo piso, con terraza y trastero donde jugábamos todos. Porque parte de mí sigue allí, mi parte más profunda, el segmento más corto y espiritual de mi alma está allí y sé que también el tuyo lo está.
Aun así, durante este lapso de pensamientos que ha durado ya varios años he aprendido varias cosas que la vida me ha querido brindar y que considero demasiado valiosas como para olvidarlas: la primera, es que no debo hacerme ilusiones porque al más mínimo desvío de miradas se pueden derrumbar, ocurre así, en décimas de segundo, en centésimas, en milésimas... La otra, que las palabras se las lleva el viento, son lo hechos los que verdaderamente hablan, y es que si los antiguos romanos ya lo decían (verba volant, scripta manent) debía ser por algo.
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