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Bajo la lluvia, los besos saben mejor.
No acostumbro a hacer estas cosas pero reconozco que he actuado mal. Cuántas veces un silencio es más oportuno que 10000 palabras balbuceadas tontamente y con los ojos puestos en una estúpida pared helados por una brisa demasiado fría para el tiempo que es. Mi nariz huele cada milímetro de su cara, mis ojos revisan su mirada triste y angustiada provocada solamente por mi estupidez.
Mis párpados suspiran poder hacer el escáner de una habitación olvidada durante varios días para encontrarla exactamente como la dejamos: mis zapatillas (muy horteras pero comodísimas) puestas en cruz una encima de la otra, animales inanimados puestos en montón encima de una tela roja que adormece... Al cerrarse -mis párpados- ven otra imagen: un sol abrumador, radiante y lo más curioso es que tenía cara, de ojos claros, sonrisa grande y piel y pelo morenos. Por cierto, no era una estrella del inmenso firmamento, era él. El causante de mis locuras, el causante de que sea una bailarina o una atleta subiendo escaleras, que no pueda parar de reírme o que me sienta una niña pequeña a su lado. Quién me arropa de un frío de septiembre poco común o quién no me deja ni un segundo en la confusión de la noche.
Zas, otra imagen viene como un rayo a mi retina. Él. Yo, La playa desierta. Lluvia. Siento que sueño. Me tropiezo. ¡Dios, es real! Le beso (¡no puedo, ni quiero parar!). Quizás sea mi locura, quizá solo sea mi transformación cuando estoy con él que hace que pierda mi respiración y que con vanos intentos intente seguir la suya, tan pausada y larga; y es que desde que sé lo que es dormir con él creo que no hay cielo mejor, ni paraíso, ni cuentos de princesas. Mis mejores deseos se disolvieron al tener su pecho desnudo como cojín, al tener sus pies rozando mis sábanas que ahora, cada noche lloran su ausencia y lo llaman a gritos reclamando su dulce perfume de invierno con esencias de almendros y flores en caminos conocidos. Cada segundo que vivo tiene más de la mitad de su duración algo relacionado con él, porque hasta un simple chaparrón tiene para mí más significado que cualquier regalo. Prefiero estar con una sudadera y pantalones cortos bajo un cielo oscuro en mi terraza con su dulce sabor en mi boca que cualquier millón de vanas e idiotas promesas. Siento que mi vida se va si no estoy con él, que pierden sentido mis días si al pasar mediodía aún no me ha deseado un buen día, que nuestros amigos nos sienten suyos y su fuerza en mí hace que yo sea capaz de afrontar mis peores males con una sonrisa en la boca. Vivo por él, y no dudo en decirlo. Lo necesito cada vez más y no entiendo mis tonterías de chica mimada, estúpida y egoísta.
Soy de las que creen que en el amor, no hay perdones que valgan... si quieres a esa persona no hace falta pedir perdón, automáticamente se olvida sellándose con un dulce beso. Aun así un me sabe mal no está de más. A mi que nunca me pida perdón, no hay nada que perdonar. Te quiero mucho más de lo que cualquier poeta ha podido escribir jamás.
[Caminemos por la arena eternamente, por favor]
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