El que me enseñó que lo más mínimo puede tener un valor enorme. El que me enseñó que la sencillez es la mejor virtud de una persona. El que me enseñó que un segundo a su lado era un tesoro que no todo el mundo puede tener. El que me enseñó que más vale un día de sol aprovechado que no uno tirado en el sofá por mucho que él esté todo el día enfrente de la caja tonta, haciendo cabezaditas. El que me enseñó que la vida hay muchas formas de tomársela, independientemente de la suerte que tengas. El que me enseñó que hay que saber valorar lo que uno tiene por encima de todas las cosas y saber reconocerlo. El que me enseñó que hay que luchar siempre por lo que uno quiere y hacer todo lo posible por cumplir tus sueños, sean los que sean. El que me enseñó a entender que la lluvia no siempre es mala, que es la que al fin y al cabo, nos da de comer. El que me enseñó a estar al lado de la verdad intentando entender la otra mitad. El que me enseñó que vale más pájaro en mano que ciento volando, aunque a él le guste mucho mirarlos. El que me enseñó que un sofá puede ser una cama perfecta, pero un sillón de más de 100 años es mucho mejor. El que me enseñó que la vida es fugaz y que un día puedes estar en la cresta de la ola y a la mañana siguiente puedes estar rodeado de mugre en un callejón sin salida. El que me enseñó que la vida está para compartirla, con generosidad y alegría. El que me enseñó que hay que reírse de uno mismo. El que me enseñó a amar la historia. El que me enseñó que su sola sonrisa puede iluminar toda una casa. El que me enseñó que una misma historia, repetida miles de veces, puede seguir haciéndote gracia. El que me enseñó que ser despistado puede ser una virtud muy divertida. El que me enseñó que yo me parezco a él al no saber tragarme las pastilla y al no querer ir al médico. El que me enseñó que en el huerto de casa no se está como en ningún sitio. El que me enseñó todas las tradiciones familiares. El que me enseñó que yo quería llevar su apellido. El que me enseñó que todo el deporte es mejor si es mallorquín. El que me enseñó que un domingo sin él, sus bromas y su buen humor, no es un domingo. El que me enseñó que un vasito de vino cada día es bueno para el corazón y el coñac para la salud. El que me enseñó que el amor a un hijo puede ser mayor incluso que el amor a la verdad. El que me enseñó que el sufrimiento puede hacer que te apagues poco a poco. El que me enseñó que haciendo camino llegaré lejos, solo si me esfuerzo lo suficiente. El que me enseñó que haga lo que haga siempre va a estar orgulloso de mí. El que me enseñó a valorar a la abuela y todo su trabajo. El que me enseñó que un perro puede ser tu mejor amigo pero tienes que ir con cuidado. El que me enseñó que el ruido molesta, pero la tele a todo volumen no. El que me enseñó a ver que me enfado muy rápido. El que me enseñó a mirar a mi alrededor y ver lo que tengo y a la gente que me rodea, a la que él quiere un montón. El que me enseñó que un poco de pan con sobrasada es un manjar. El que me enseñó a querer correr por el campo, rodeada de árboles verdes y grandes. El que me enseñó que una carretilla haciendo de taxi y unas gallinas que perseguir son el mejor juguete de una niña de tres años a la que su abuelo hizo un bastón como el suyo. El que me enseñó a querer por encima de todas las cosas. Por eso y todo lo demás gracias. Te quiero abuelo, y lo haré siempre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Joder, qué pasada... Enserio se me han puesto los pelos de punta! Uf...
ResponderEliminar¡Un besooo!
Un día, tú y yo vamos a desahogarnos juntas, sin necesidad de contar nada si no viene al caso; simplemente comiendo creps del Hotel, bebiendo un café con leche, riéndonos de que los gatos ponen pelo por todo donde pasan y preguntándonos cuantos días llevan ahí esos huéspedes. Reir y escucharte a ti hacerlo, me da vida, nena. Te quiero.
ResponderEliminar