Una habitación grande. Silencio. Coches. Brisa de verano teñida de humo y de las primeras hojas marrones por las aceras. Un lugar recién conocido con el que te vas a acostar la primera noche, de buenas a primera, y sin preliminares. Y es que ese sueño ahora le da un miedo terrible, espantoso, un miedo distinto, una añoranza irreconocible se la come mordisco a mordisco disfrutando su dulce tacto.
Hasta el mismísimo ayer no se supo dar cuenta que la carrera se había terminado. Había llegado a la meta como la tortuga de la fábula de Esótopo, tranquilamente y, a su pesar, sin darse cuenta.

Por otra parte está su sueño, que como todos tiene el peligro de convertirse en pesadilla. No lo permitas, pequeña. La añoranza, como la serpiente del jardín del Edén te va a tentar y vas a caer, lo sabes, pero no defraudes a tu nombre y lucha como siempre has intentado. Y ya veréis, lo va a conseguir. Lo va a hacer por ellos, por su ramillete con el que comparte sangre, enfados y risas. Pero sobre todo, lo va a hacer por él. Por su vida. Porque al fin y al cabo es su mayor chute de energía.